La Novia Equivocada Novela de Day Torres

Capítulo 73



Capítulo 73

CAPÍTULO 73. ¡Es una trampa! El problema con la opinión pública era justamente ese: no había que tener pruebas, solo bastaba con que una madre comprometida como la señora King abriera la boca para hacer semejante denuncia, para que todo el mundo la escuchara, porque todos en aquella ciudad habían estado pendientes del secuestro de sus hijos.

Thomas Bharon no había esperado que Amelie ventilara aquello en una rueda de prensa, estaba acostumbrado a la presión solapada y las puñaladas traicioneras, así que no había imaginado que aquella mujer reuniría a los periodistas más importantes de la ciudad y pondría en evidencia todo su mugrero familiar. Los ricos siempre se cuidaban mucho de los escándalos. Al parecer ella no era de esos.

Y aunque el gobernador Bharon trató de convencerse de que aquello no lo afectaría, lo cierto fue que sus estadísticas de aceptación comenzaron a bajar de inmediato.

–¡Te dije que esa zorra nos iba a hacer la vida difícil Tom! ¿Por qué no me creíste? – ladró Stephanie con frustración, porque no podía darse el lujo que de su marido perdiera aquel puesto.

Thomas apretó los puños mientras respondía en voz baja y furiosa:

– Tenías razón, Stephanie. No te debí haberme confiado. Ahora mismo voy a llamar a quien tenga que llamar, y te juro que le arruinaré la vida.

–¡Eso, amor! ¡Haz que se arrepientan para siempre de haberse metido en tu camino! –lo azuzó Stephanie–. ¡Tú eres el gobernador, nadie está por encima de ti! ¡No dejes que te humillen!

— Ya verás – dijo él, con esa calma que a ella siempre le había llamado la atención–. Muy pronto van a saber quién es Thomas Bharon.

“Eso espero“, pensó Stephanie, porque para ella significaba todo. Su padre había sacrificado mucho para que Thomas Bharon se convirtiera en gobernador, pero todavía seguía siendo un fugitivo de la justicia. Stephanie no podía permitir que aquello sucediera.

Mientras, Meli y Nathan intentaban prepararse para las represalias del gobernador, porque estaban seguros de que no tardarían en llegar. Para empezar habían llamado a Paul, que ahora estaba con ellos en Boston, para lo que pudiera ofrecerse, y para acabar, Nathan había contratado seguridad extra, así que la casa siempre estaba rodeada de hombres atentos.

– Las órdenes de restricción serán de parte de toda la familia – dijo el Fiscal pocos días después, haciéndolos firmar numerosos documentos –. Ni Marilyn, ni Aquiles, Heather o Stephanie podrán acercarse a ustedes, al menos legalmente, pero si les soy honesto me tranquiliza que hayan contratado seguridad, porque igual esta gente se limpia el trasero con las disposiciones legales.

–Ya lo sé –murmuró Nathan–. Pero no vamos a escatimar esfuerzos en que toda la familia esté lo más protegida posible. En eso estaban cuando tocaron a la puerta del despacho con prisa y Harrison se asomó con expresión preocupada. – Meli ¿podemos hablar un momento, por favor?

—Claro, ¿qué pasa? —preguntó ella. – La policía irrumpió en uno de nuestros puertos —le explicó Harrison–. El capataz dice que Je dieron una orden de inspección. Tienen los barcos detenidos y mandaron a cerrar los demás puertos.

–¿Inspección? ¿Y a qué viene eso? ¡Tenemos absolutamente todos nuestros documentos en

regla...!

– Ya sé, pero se metieron inspectores de Salubridad, de Salud ambiental y hasta de Seguridad Laboral –siseó Harrison–. No van a poder encontrar nada contra nosotros, pero las exportaciones definitivamente se van a detener unos días. Tenemos que decidir cómo paliar esas pérdidas

Meli se giró hacia el Fiscal.

–¡Esto es obra de Bharon! ¿Ya ve por qué no me agrada el imbécil? El hombre negó.

–Sí, ya me estoy dando cuenta. Meli y Nathan intercambiaron una mirada nerviosa, pero sabían que aquello era obra de Bharon para fastidiarlos.

–¡Maldito gobernador! –suspiró Meli–. Me voy a los puertos, es mejor enfrentar la situación directamente antes que esperar a que las cosas se salgan de control.

En los días que siguieron Meli estuvo intentando contrarrestar aquel ataque, a simple vista parecía una estupidez, pero lo cierto era que tenía sus barcos anclados en los muelles sin poder mover las exportaciones, incumpliendo con los clientes.

Por fin el último inspector se largó de allí, y Meli sentía que estaba a punto de respirar de nuevo cuando una patrulla se detuvo frente a la entrada.

Un oficial se acercó a ella y le entregó una orden.

– iQué es esto!? —exclamó ella con frustración. –Una orden de cateo en los almacenes –respondió el policía y de inmediato comenzaron a llegar varias camionetas llenas de hombres uniformados.

–¡Harrison, llama a Nathan de inmediato, dile que venga! –ordenó y de repente se vio rodeada de aquella cantidad de hombres gritándose y registrando todo, abriendo los contenedores, metiéndose en los barcos y haciendo estropicio por todos lados. Sabía que todo esto formaba parte del plan de Bharon para interrumpir sus operaciones y provocar el caos, pero no tenía ni idea de cómo contrarrestarlo.

De repente uno de los policías se acercó al que estaba al mando y le entregó una caja que parecía importante. Los dos se metieron en el laberinto de contenedores y cuando Meli intentó seguirlos, otros oficiales la detuvieron. –¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué no me dicen? –demandó, pero la única palabra que corría como un murmullo entre los policías era “contrabando“. Entre los gritos y el alboroto,

oyó que alguien llamaba su nombre desde lejos. Era Nathan, finalmente había llegado. Se abrió paso entre la multitud hasta llegar a él.

– Nathan, esto es un desastre – le dijo en cuanto lo tuvo cerca– Bharon está detrás de todo esto, tiene que ser él.

–Lo sé – respondió Nathan mirando por encima de su hombro a los policías que andaban por allí–, pero no podemos hacer nada por ahora, tienes que permitir que esto siga su curso. –¿Cómo? ¡Están diciendo que uso la empresa para transportar contrabando! –exclamó Meli y Nathan arrugó el ceño. – ¡No puede ser...! Sin embargo no tuvieron mucho tiempo para la sorpresa, porque quince minutos después el oficial a cargo salía muy orondo. Estaba a punto de pavonearse ante ellos cuando una voz tajante lo increpó.

–¡Me gustaría saber bajo qué evidencia se firmó una orden de cateo contra mis clientes! – demandó Paul.

– Una llamada anónima, y al parecer muy acertada, porque hemos encontrado un contenedor lleno de contrabando –replicó el policía.

–¿Contrabando? ¿¡Contrabando de qué!? —se espantó Meli. – De todo: sustancias controladas, alcohol, arte, electrónica... la lista es larga, pero usted ya debe conocerla, señora King, después de todo, esta es su empresa, este es su muelle y este es su contenedor – dijo el policía con una sonrisa maliciosa—. Además, su firma está en la hoja de aduana y en la orden de despacho, así que no intente fingir que no sabía lo que había ahí dentro. This belongs to NôvelDrama.Org.

– ¡Pues claro que no lo sabía! – exclamo Meli desesperada, pero el oficial solo se encogió de hombros.

–Pues de eso convenza a un juez, mi trabajo termina con arrestarla –gruñó el hombre. Meli se sintió como si todo el mundo se derrumbara a su alrededor. Allí, en un a contenedor de transporte rodeado de agentes de policía, habían encontrado mercancías ilegales que se transportaban a través del puerto de

su empresa. Se esforzaba por comprender lo que estaba ocurriendo, pero simplemente no lo conseguía.

–Esto no tiene sentido –murmuró en voz baja—. Debe haber algún tipo de error...

–Señora Amelie King –dijo el oficial acercándose a ella y sacando sus esposas—. Dese la vuelta, las manos a la espalda. Queda arrestada por el delito de...

–¡Ella no lo hizo! –se escuchó una voz perentoria y la mirada del policía se dirigió a Nathan con desprecio.

– Dígaselo al jurado...

– No, usted no entiende, ella no lo hizo, jfui yo! – sentenció Nathan—. ¡Ella es inocente porque fui yo quien... arregló todo el asunto del contrabando!

Meli se revolvió contra el policía mientras negaba.

–¡Nooooo! ¡No, Nathan, no puedes confesar algo que no hiciste! –exclamó desesperada pero el oficial la mandó a callar.

– ¡Silencio, señora! Señor King, ¿eso es una confesión?

–Sí, señor. Yo fui quien arregló todo para pasar contrabando a través de las empresas de mi esposa. Todo esto es obra mía. A mí es a quien debe arrestar–sentenció Nathan mientras los ojos de Meli se llenaban de lágrimas, porque sabía que Nathan también era inocente, solo estaba asumiendo la culpa por librarla a ella.

El oficial le quitó las esposas y se dirigió a Nathan, esposándolo y leyéndole sus derechos mientras lo llevaba hacia la patrulla, lo metió dentro y se perdieron por las calles mientras Harrison y Paul trataban de contener a Meli.

–¡Tienes que calmarte! –la increpó el abogado–. ¡Nathan sabe lo que está haciendo y por qué! Voy a llevarte a verlo, pero tienes que prometerme que vas a ser fuerte y te vas a comportar.

Meli asintió, limpiándose las lágrimas que caían por sus mejillas y poco después entraban al precinto de policía. El fiscal estaba anonadado con lo que sucedía, y cada vez comprendía más lo peligroso que era el gobernador Bharon, porque ahora también él estaba seguro de que todo eso había sido un teatro suyo. Gracias a algunos hilos que movió el fiscal, Meli tuvo algunos minutos a solas con Nathan y los dos se abrazaron con desesperación.

–¡No puedes hacer esto, amor! –exclamó ella besándolo y acurrucándose en su pecho–. No puedes cargar con la culpa de algo que no hiciste, Nathan, porque yo tampoco hice nada. Somos inocentes los dos. ¡Esto es una trampa de Bharon! ¡Es una trampa!

–¡Lo sé, nena, lo sé! – Respondió Nathan acunando su rostro entre las manos –. Pero también sé que fue una trampa que montaron para ti, amor. Escúchame, eres una mujer inteligente y sabes que si fuera contra mí, habrían hecho algo en mi eso te implicaron a ti. Quieren que seas tú la que vaya presa, porque quieren que seas tú la que vaya a la cárcel a esperar un juicio – dijo Nathan y los ojos de Meli se abrieron de la sorpresa porque comenzaba a comprender.

– Marilyn... 1

– Exacto. Marilyn todavía no sale de la cárcel. ¿Quién sabe qué planeaba hacerte una vez que llegaras allí!? Y yo no puedo permitir eso, nena–dijo Nathan besándola con desesperación-. Jamás permitiré que vuelvan a hacerte daño, amor! ijamás!


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